27 octubre, 2013

calais

Calais está situada en la costa del paso de Calais, el punto más estrecho del canal de la Mancha, que en este lugar mide solamente 34 kilómetros, y es la ciudad francesa más cercana a Inglaterra. Aquí están localizados los puertos que conectan, por medio de transbordadores, la isla con el continente, una de las zonas más usadas por los migrantes en tránsito.





La tarde del miércoles 23 de octubre llegamos a Calais. Fuimos recibidos por Asociación Salam (Apoyo, lucha y acción a favor de los migrantes). Esa noche caminamos por toda la ciudad, por sus calles vaciadas a causa del frío intenso. Al llegar a la playa observamos las luces de los grandes barcos que cruzan hacia Inglaterra. Alcanzamos a ver el resplandor de alguna lejana ciudad inglesa, al otro lado del estrecho. Entre nosotros no hubo más que silencio, tal vez porque la ciudad nos comunicaba un dolor potente, presente e histórico que andaba vagando solitario como todos los días, por las calles oscuras.

Los días siguientes hubo muchas cosas qué hacer. Nos incluimos al grupo de voluntarios de la asociación para apoyar a la preparación de alimentos que serían entregados a cientos de viajeros que viven en las calles y en los bosques, esperando la oportunidad para seguir su camino. En Salam, la cocina enorme no descansa, todos los días se comparten platos de comida en el Centro de Distribución, donde largas filas de personas esperan tal vez por lo único que comerán en toda la jornada.

www.associationsalam.org

Cerca del puerto y por todas partes, hay campamentos improvisados de kurdos, sirios, somalíes, eritreos, egipcios, etc. Después de cuatro días de permanecer en Calais preparamos un taller de relajación y juegos en uno de estos campamentos. Pese al drama que cada quien lleva encima, y aunque viven en condiciones infrahumanas, estos expatriados forzosos, no perdieron nunca su hospitalidad ni su esperanza. Nos recibieron en sus tiendas de campaña como hermanos, entre risas y abrazos, ofreciendo todo lo que tenían y contando sus historias con tanta dignidad como lucidez.

Hay mucho que contar sobre los días en Calais, aunque con nitidez vuelven las imágenes de la última noche en el campamento, sobre la línea del tren y a unos metros del mar; la pequeña fogata en la oscuridad, el viento helado que castigaba los huesos, el entendimiento absoluto entre árabe, urdu, persa, inglés, kurdo, francés y español. Aquí apareció otra de las grandes conexiones con la ruta por México, un año atrás, parecía un regreso claro a los campamentos junto a la línea del tren en Coatzacoalcos, Veracruz.


 


La miseria también está aquí, no importa cuánto quieran mantenerla oculta. Estas "democracias occidentales" que levantan monumentos homenaje a los miles de muertos de las guerras pasadas, que construyen inmensos memoriales contra la esclavitud y la violencia, recordatorios para no repetir los episodios más oscuros de la historia. Son las políticas de éstos países las que con todo el cinismo de una farsa promueven un mundo perfecto que flota entre el acomodo y el despilfarro. Los disfraces perfectos para ocultar sus políticas de persecución y odio. Aquí también se manipulan las situaciones humanas de migración, por razones puramente políticas y económicas, se etiquetan de criminales y terroristas potenciales a los seres humanos. Aquí mismo, la autoridades llaman a la población a delatar a los migrantes indocumentados, y a la gente que los oculte, como ocurre en la alcaldía de Calais, donde se promueve una cacería humana. Compañeros Sirios, Egipcios, Afganos, Subsaharianos y de tantas otras latitudes buscan refugio y asilo escapando de guerras y miseria. Aquí donde se habla tanto de libertad, solidaridad y desarrollo humano, de no repetir historias pasadas de atrocidades, es aquí mismo donde se construye otro mundo de farsa, como tantos otros…
Guillermo Santillana

Fotografías por Carsten Snejbjerg y Guillermo Santillana
Calais, Francia