06 octubre, 2012

amanece

Vamos dejando atrás la costa.
A partir de Córdoba, el territorio es cada vez más montañoso y elevado.

Aparecen los montes nevados como testigos silenciosos del camino, asomando sus fachadas entre las nubes.

Por la mañana del viernes 5 de octubre, desde la terraza en casa de Las Patronas, vimos aparecer el pico de Orizaba (Citlaltépetl), el más alto de México.

Horas más tarde, en el estado de Puebla, nos acompañó la imágen del Iztaccíhuatl (princesa blanca). Su compañero, el Popocatépetl permaneció oculto entre la nubosidad.






Al mismo tiempo que admiramos las montañas, nuestros compañeros se congelan mientras luchan por no caer del tren.

¿De qué sirve admirar las montañas ahora?


Los primeros rayos del sol se asoman por atrás de los montes y atenúan la oscuridad. El frío es cada vez más insoportable y las ráfagas de viento congelan. La cara se siente entumecida, rígida. Los dedos ya no quieren apretar. Se tensan. Y el metal frío por donde hay que escurrirlos no ayuda en nada. Solo rodean campos de bruma, donde apenas destaca la copa de algún árbol. Campos inundados por neblina. Un espesor grisáceo, impenetrable, que abarca hasta donde la vista se pierde.

Ocho horas soportando frío. Las ropas están húmedas. Ocho horas de posturas incómodas y alertas intermitentes.

Amanece.

El potente grito de la bestia, profundo, prolongado, vuelve a alertar a los viajeros que se sacuden el cansancio, se encajan sus mochilas y bajan por las escalerillas de la máquina antes de que se detenga. La mayoría de secuestros masivos de migrantes ocurren en este momento. Es mejor abandonar lo antes posible el tren.

La mañana es fría. No hay albergues y no los habrá en las tres siguientes estaciones. Todos buscan una parcela engramada donde descansar. La sombra de un árbol que los cubra del inclemente sol que saldrá en unas horas. Un poco de agua, algo de comida. La calle de tierra que corre paralela a las vías se llena de centroamericanos que piden cualquier cosa para llevarse a la boca. Después, con algo o nada en el estómago, dormitarán con los ojos a medio cerrar hasta que la bestia los vuelva a llamar.


Oscar Martínez - el faro

Fotografías por Guillermo Santillana